CINE
Arriety y el mundo de los diminutos
Juan OrellanaHay quien piensa -equivocadamente- que la animación tradicional ya ha pasado a la historia, desplazada por la animación en 3D con Pixar a la cabeza. Aunque hay numerosos ejemplos de la validez y pervivencia de la animación clásica, existe un maestro que sigue cautivando al mundo entero con la genialidad de sus películas dibujadas de forma tradicional: Hayao Miyazaki y sus estudios Ghibli. A sus setenta años, este dibujante de Tokio, que trabajó en las series de Heidi y Marco, y que en 1988 sorprendió con la deliciosa película Mi vecino Totoro, ha ido regalándonos cada dos o tres años obras maestras de la animación -El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke... siendo la última la maravillosa Ponyo en el acantilado.
Ahora se estrena un film escrito y producido por Miyazaki, pero dirigido por uno de sus discípulos, Hiromasa Yonebayashi, que debuta como director después de años trabajando en el equipo de su maestro. El guión es una adaptación libre de las novelas de Mary Norton sobre los Borrowers, palabra que se traduce como "los que toman prestado". En otros libros y en el film en cuestión se traduce como "los incursores". El argumento nos cuenta la historia de Sho, un niño enfermo de corazón, que guarda reposo en casa de su tía preparándose para una operación a vida o muerte. Sus padres están divorciados: el padre ya no ve nunca a su hijo, y la madre se ha volcado en su vida profesional. En la casa de su tía, Sho cree ver un día, entre las flores, a una linda adolescente de 10 centímetros de altura. A partir de ese momento, su gran ilusión es poder volver a verla.
Este cuento, llevado al cine y a la televisión tantas veces, adquiere en manos de Yonebayashi, un halo de delicadeza y sensibilidad que supera a la propia novela de Norton. Lo que muchos pueden imaginar como una historieta infantil sin pretensiones, en esta película se convierte casi en un melodrama para adultos, con unos personajes sólidos y convincentes, y con unos conflictos que pueden llegar a doler. También hay humor eficaz y tierno, mucha poesía, y todos los elementos típicos de la factoría Ghibli: ausencia de maniqueísmo, veneración mística por la naturaleza, personajes atravesados por la enfermedad, y ese halo de misterio imprevisible que caracteriza a las producciones de Miyazaki. Añádase la música de Cécile Corbel y Simon Caby, así como las letras de las canciones de Yôko Ihira.
Una pareja genuinamente cinematográfica, Julia Roberts y Tom Hanks, se ponen al frente de una comedia romántica para hablarnos de las segundas oportunidades en tiempos de crisis económica. El director es el propio Tom Hanks, que firma el guión con la actriz y guionista canadiense Nia Vardalos (Mi gran boda griega). El argumento no es excesivamente original: Tom Hanks da vida a un cuarentón, Larry Crowe, que es despedido de su trabajo y decide emprender una nueva vida estudiando en la universidad. Piensa que de esta forma se le facilitará su futuro laboral. Allí se convierte en el alumno predilecto de una profesora escéptica y desmotivada, y que interpreta Julia Roberts. El resto es fácil de imaginar.
La película es blanca, bienintencionada y resulta muy grata de ver. Sin embargo, está muy por debajo de sus posibilidades, sobre todo en el nivel cómico. Indudablemente hay química entre ambos intérpretes, y la trama romántica funciona, pero las múltiples situaciones humorísticas que plantea no llegan a arrancar la risa del espectador casi en ningún momento. Lo que propone, muy capriano, es la necesidad de "reinventarse" a uno mismo cuando parecen cerrarse todas las puertas, una reinvención que, en el caso que nos ocupa, parece de poco calado.
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