Puebla: la crítica literaria del escritor Pablo Medaglia
Jorge Asís: El imaginario social del fracaso y la mediocridad.
Estas han sido y serán las temáticas propias de un menú pasteurizado, preferido de todos aquellos artistas que sólo han buscado la aceptación social sin medir las consecuencias que dicha prostitución podía acarrear en detrimento de su verosimilitud discursiva, como también en la superficialidad de su estilo, o incluso en el menosprecio casuístico de su vilipendiada dignidad personal. Si se quiere, en segunda instancia podríamos mencionar las otras consecuencias “positivas” que la incursión en dichos “lugares comunes” trae aparejado al curriculum del artista, aparte del “amor del público”: proliferación en soportes mediáticos, entrevistas, viajes, videoconferencias, gritos femeninos, obsecuencia empalagosa de otros colegas y quizá algún descuento en shoppings o restaurantes. Sin embargo, reconozco que criticar es fácil, sobran palabras, voluntad y papel, pero lo difícil es posicionarse en un ángulo mucho más revolucionario y transgresor; es ardua y penosa la tarea del artista que ha elegido ubicarse en la punta contraria del salón y destruir en soledad todos los arquetipos que mantienen en equilibrio este delicado enjambre animal que es la sociedad: Oscar Wilde murió denostado, Truman Capote insultado por su condición homosexual y promiscua, Horacio Quiroga, solo en el Hospital de Clínicas mientras ingería cianuro, Roberto Arlt víctima de una tuberculosis terrible propia de su condición social baja e incluso de su afamada ignorancia (esto argumentaban ciertos aristócratas de la época) y la lista podría continuar, pero por el momento lo importante es la idea sobre la manifestación artística.
“Turco, creo que un día de estos voy a tener que cojerme a mi vieja […] (pág 189); “Mientras tanto, yo me pregunté cuánto cotizaría una foto de Borges meando […]” Así es Asís, ésta es su prosa y aquel lector desconocedor de escatologías literarias, más inclinado a las profundidades existencialistas de Sábato, Sartre o Marechal, indudablemente se sentirá inclinado a abandonar la lectura de Flores robadas en los jardines de Quilmes (estos fragmentos pertenecen a ese libro) y preguntarse ¿Qué es esto? La primera vez que incursioné en su obra, me sentí desconcertado por el atrevimiento y el desparpajo con que este autor criticaba a diestra y siniestra todos los estamentos de la sociedad argentina: a las clases altas, cierto rezago de una aristocracia en pedazos, la tilda simplemente de ociosa, viciosa e improductiva, impulsada por la frivolidad de autos cero kilómetros, o el eterno revolcarse en las aguas oceánicas de Punta del Este en el mismo lodo de la mentira y el agiotismo. Con las clases obreras es aún mucho más cruel ya que quizá ha podido entrever y asimilar que el proletariado no es una raza de tipo ascética como gritaba a los cuatro vientos Lenin y que sin lugar a dudas no quedaba excluida de la síntesis hegeliana; es decir, los “proletas” como los llama despectivamente Rodolfo, en su situación de encumbramiento o poder, no se comportarían de manera diferente al empleador o capitalista que tergiversa, miente, traiciona o manda traicionar. Quizás Asís pudo, con ojo más crítico y detallista, corroborar esto en un período en el que las matanzas maniqueìsta entre los sicarios liberales (el ejército) y los ejércitos revolucionarios marxistas ponían sobre el tapete la bondad exclusiva de unos (el proletariado) y la maldad extrema de los otros. Y con las clases bajas, a las que considera cuasi animales, es quizá el punto de inflexión en el que uno como lector decida de verdad cerrar el libro para siempre. Las clases bajas son promiscuas, son “negros que sólo les interesa coger” (palabras del narrador), que viven entre la mierda no porque otra no les queda, sino porque ese tufo intestinal es innato a su clase o esencia. Permeables a creerse cualquier verso, anegados en una ignorancia ancestral que arrastran desde sus orígenes precolombinos, las clases bajas argentinas son los descendientes de coyas, aymarás, paraguayos o cualquier cabecita negra del interior. Durísimo, pero sin filtros en la lengua ni el papel. A mi entender, el gran odio o virulencia que suscita Asís es que desde su pluma inconsciente o consciente, vaya uno a saber, pone de manifiesto y transparenta el ideario colectivo de gran parte de la sociedad argentina que siempre que surja la oportunidad dejará entrever sin mediaciones morales el genocidio de “los negritos esos”, la explotación y humillación de los eternos pobres y esclavos de la Historia. Asís ataca las incongruencias discursivas de pobres y ricos que se camuflan en las cámaras de televisión como ángeles bienintencionados, pero que como es sabido en este gran país de los contrarios, una mueca que semeja una sonrisa no esconde más que un hondo desprecio histórico entre ganadores y perdedores, unitarios y federales, negros y blancos, pobres y chetos, Buenos Aires y el Interior. Y como el mundo no acepta las ambigüedades ni las posiciones eclécticas, Asís, que resulta inclasificable dentro del mundillo literario, ha sido desterrado como Edipo, su obra sigue pululando por librerías, pero su figura medita entre las sombras alguna brutalidad digna de su intelecto. Jorge Asís puede sentirse satisfecho que si alguna vez, cuando la pluma y el papel se unieron para dar origen a esa extraña obra que conforman Carne picada, Flores robadas…La calle de los caballos muertos, La manifestación, Los reventados y otras excentricidades por el estilo, por su mente cruzó la idea de anular todo lugar común que lo uniera afectivamente con su público, en cierta manera lo ha logrado y podría decirse que ese es su triunfo más notorio, aunque no total, porque aunque él no lo sepa o quizá no lo intuya ( yo creo que sí) existe un pequeño grupúsculo que adora ese cumulo de hojas escritas en las que cierto imaginario social de la derrota y el fracaso nos revela lo tan humanos que somos y por tan humanos, tan sensibles y por tan sensibles mucho más perversos y defectuosos. El que no quiera unirse a las concepciones de Asís, aún le quedan los laberintos borgeanos, el Gíglico cortazariano o las ficcionalidades artificiales de Bioy Casares, pero nada de eso es real y muchas veces lo real es necesario para encontrarnos a nosotros mismos como lectores activos, o si se quiere un argumento más sólido, para encontrarnos como sociedad, y la obra de Asís, es un espejo cruel que no resiste múltiples miradas.
Pablo Medaglia
Profesor de Lengua y Literatura