Opinión: Un trabajador profesional, jubilado aquí

Hablamos con Alberto, jubilado, clase media, se podría decir, 75 años. Hoy nos contaba que está agradecido de tener su casa y un auto, pero que tras las subas del combustible y lo que acarrea, subas de peaje, estacionamientos en caba, subas de insumos comestibles, servicios, etc. es el tercer día que este hombre toma un colectivo hora y media de ida y otra hora y media de regreso del centro porque el gasto se le fue por las nubes y está comprometido en una barbaridad de dinero con una prepaga por enfermo de riesgo y de edad. Alberto tuvo cáncer, y varios infartos, por lo que lo operaron del corazón y le extirparon un riñón. En fin, un arsenal de cosas. Un superman actual, un tipo común. Se compadecía de toda la gente cansada que veía horas en el micro.

No estaba yendo a Capital por paseo sino por trabajo, porque como él dice vive en Argentina y no se puede dejar de hacer algo porque la mínima no alcanza. Después de años y años trabajando, para ser más precisos, desde los 11 años, tras formar una familia, recibirse de contador con todo el esfuerzo que implica ya teniendo 3 hijos, habiendo aportado lo máximo, siendo un buen ciudadano, recto, laburante, obediente, razonable, formador de otros seres humanos, en cuanto padre y en cuanto docente, la realidad le va "ganando la partida"... cada vez se vuelve más escéptico, más abatido por una realidad que se le impone.

Escribo esto sabiendo la lluvia de críticas que podrían venir de parte de quienes han padecido desde toda su vida, o conocen, situaciones peores y hasta precarias, pero aun sabiéndolo lo manifiesto porque es verdad que hay realidades peores y otras muchas mejores, que son las que criticarán desde otro lado, desde una posición más acomodada por decir, pero el punto de todo esto es que una cosa no quita la otra. Por más que haya realidades diversas cada una no deja de ser una realidad en sí misma. Y para esto sí decidí recurrir a una especie de trabalenguas con la palabra "realidad", que es un poco el enmarañado que tenemos delante como sociedad. 

Dirán de Alberto ¿de qué se queja? ¿hace tres días nada más? ¡al menos puede tomar el colectivo! ¡seguro lo votó, que se jorobe! ¡a arremangarse, la fiesta se acabó!... y de otro lado, desde un lugar más privilegiado podrían decir... ¡cada uno tiene lo que se merece! ¡algo habrá hecho mal! ¡hay que trabajar querido, más! ¡tendrá que apretarse a su realidad! ¡pretende más de lo que puede! etc. etc. etc... Lo hemos escuchado todo ya. Y pienso que estoy siendo "tranquila" en mi redacción con respecto a las faltas de respeto o el vocabulario que suelo leer en los comentarios de las notas en medios masivos. La gente habla mal, contesta mal, está mal. Se mezclan frustraciones, dolor, faltas, alegrías en otros que no entienden a quienes pasan malos momentos o malas formas de vida. No hay empatía, nos cuesta entendernos sin defenestrarnos. Pero no por eso debiéramos agredirnos entre nosotros... eh aquí un quid, tal vez, de la cuestión cultural que nos aqueja para abajo. Digo tal vez, y esto es para invitarnos a pensar y no a reaccionar y arrojar lo primero que nos viene a la mente como una piedra a la nada.

Partiendo de la base de que somos personas, y hablamos de personas, si la llamada tercera edad está mal, vamos mal, de hecho existen muchas razones por las que resulta esencial que estén bien pero tendría que bastar al menos con la primer afirmación. Si no podemos tratar bien a nuestros mayores, los cuales seremos nosotros también en un futuro, entonces, ¿qué nos queda? 

A propósito de esta conversación con Alberto, de esta historia de vida como otras que he escuchado, encontré casi por arte de magia una conversación entre el periodista Luis Novaresio y Gabriel Rolón, un psicoanalista que aporta mucha luz al asunto... lo que transcribiré con gusto en siguiente nota! Gracias por leer y reflexionar conmigo ///

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