CINE QUE VIENE

Nader y Simin, una separación

Juan Orellana14/10/2011
La llamada Nueva Ola del cine iraní siempre nos ha ofrecido películas interesantes. Desde el estilo más contemplativo y estético de Abbas Kiarostami o Majid Majidi, hasta el cine más comprometido y crítico de Jafar Panahi, Bahman Ghobadi o Mohsen Makhmalbaf, siempre hemos encontrado los occidentales historias que nos han resultado más cercanas y humanas que muchas de las producciones autóctonas contemporáneas.
 
En esta ocasión es el director Asghar Farhadi el que con su quinto largometraje, Nader y Simin, una separación, conquistó el último Festival de Berlín llevándose el Oso de Oro a la mejor película, el oso de plata ex-aequo al Mejor Actor para Peyman Moaadi (Nader), Ali-Asghar Shahbazi (Padre de Nader) y Babak Karimi (Juez), y el Oso de Plata ex-aequo para la mejor actriz para Sareh Bayat (Razieh) y Sarina Farhadi (Termeh). Se trata de una historia ambientada en el Irán actual, y que gira en torno a una familia de clase media en proceso de divorcio. Simin y Nader tienen una hija de once años, Termeh, y los tres viven con el padre de Nader, un anciano que padece un Alzheimer muy acusado. La separación del matrimonio implica que Nader debe contratar a una mujer, Razieh, para que cuide de su padre mientras él está en el trabajo. Un problema con esta cuidadora termina en los tribunales y pondrá el proceso de separación de Nader y Simin en una tesitura dramáticamente extrema.
Esta película impactante y sobrecogedora es en el fondo una reflexión sobre el sentido de la justicia o de "lo justo" declinado de formas variopintas y muy reales: la justicia de los tribunales legales, la justicia subjetiva, lo justo a los ojos de la sociedad, a los ojos de Dios, y sobre todo llama la atención sobre aquellas injusticias de las que parece casi imposible buscar un culpable. La genialidad del guión de Farhadi es que no construye personajes "malos": todos son buena gente, normalita, que no desean hacer mal a nadie... pero que se ven envueltos en situaciones de responsabilidades ambiguas, aparentemente casuales, no intencionadas, y que de repente les sitúan en un contexto de mal y confusión moral. Por tanto no hay asomo de maniqueísmo ni de fáciles moralismos, y la película no propone soluciones: es un film radicalmente abierto y perplejo, que obliga al espectador a posicionarse y hacer su propia reflexión.

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